Comentario
Oración de Moctezuma a los españoles
Era esta casa en que los españoles estaban aposentados muy grande y hermosa, con salas bastante largas y otras muchas cámaras, donde muy bien cupieron ellos y casi todos los indios amigos que los servían y acompañaban armados; y estaba toda ella muy limpia, lucida, esterada y tapizada con paramentos de algodón y pluma de muchos colores, que era todo cosa de mirar. Cuando Moctezuma se fue, repartió Cortés el aposento, y puso la artillería de cara a la puerta, y luego comieron una buena comida; en fin, como de tan gran rey a tal capitán. Moctezuma, así que comió y supo que los españoles habían comido y reposado, volvió a Cortés, le saludó, se sentó junto a él en otro estrado que le pusieron, le dio muchas y diversas joyas de oro, plata, pluma y seis mil ropas de algodón ricas, bordadas y tejidas de maravillosos colores; cosa que manifestó su grandeza, y confirmó lo que tenían imaginado por los presentes pasados. Hizo todo esto con mucha gravedad, y con la misma dijo, según Marina y Aguilar declaraban: "Señor y caballeros míos, mucho me alegra tener tales hombres como vosotros en mi casa y reino, para poderles hacer alguna cortesía y bien, según vuestro merecimiento y estado; y si hasta aquí os rogaba que no entraseis acá, era porque los míos tenían grandísimo miedo de veros, pues espantabais la gente con estas vuestras barbas fieras, y que traíais tinos animales que se tragaban los hombres, y que como veníais del cielo, bajabais de allá rayos, relámpagos y truenos, con que hacíais temblar la tierra, y heríais al que os enojaba o al que se os antojaba; mas, empero, como ya ahora conozco que sois hombres mortales, mas de bien, y no hacéis daño alguno, y he visto los caballos, que son como ciervos, y los tiros, que parecen cerbatanas, tengo por burla y mentira lo que me decían, y aun a vosotros por parientes; pues, según mi padre me dijo, que lo oyó también al suyo, nuestros antepasados y reyes, de quien yo desciendo, no fueron naturales de esta tierra, sino advenedizos; los cuales vinieron con un gran señor, que al cabo de poco tiempo se fue a su naturaleza, y que al cabo de muchos años volvió por ellos; mas no quisieron ir, por haber poblado aquí, y tener ya hijos y mujeres y mucho mando en la tierra. Él se volvió muy descontento de ellos, y les dijo al marcharse que enviaría sus hijos a que los gobernasen y mantuviesen en paz y justicia, y en las antiguas leyes y religión de sus padres. Por esta causa, pues, hemos esperado siempre y creído que algún día vendrían los de aquellas partes a sujetarnos y mandar, y pienso yo que sois vosotros, según de donde venís, y la noticia que decís que ese vuestro gran rey y emperador que os envía ya tenía de nosotros. Así que, señor capitán, estad seguros de que os obedeceremos, si es que no traéis algún engaño o cautela, y partiremos con vos y los vuestros lo que tengamos. Y aun cuando esto que digo no fuese, sólo por vuestra virtud y fama y obras de esforzados caballeros, lo haría de muy buena gana; que bien sé lo que hicisteis en Tabasco, Teoacacinco, Chololla y otras partes, venciendo tan pocos a tantos; y si estáis creídos que soy un dios, y que las paredes y tejados de mi casa, con todo el resto del servicio, son de oro fino, como sé que os han hablado los de Cempoallan, Tlaxcallan, Huexocinco y otros, os quiero desengañar, aunque os tengo por gente que no lo creéis, y que conocéis que con vuestra venida se me han rebelado, y de vasallos tornado enemigos mortales; pero esas alas yo se las romperé. Tocad, pues, mi cuerpo, que es de carne y hueso; hombre soy como los demás, mortal, no dios, no; aunque, como rey, me tengo en más, por la dignidad y preeminencia. Las casas ya las veis, que son de barro y palo, y cuando mucho, de canto: ¿veis cómo os mintieron? En cuanto a lo demás, es verdad que tengo plata, oro, pluma, armas y otras joyas y riquezas en el tesoro de mis padres y abuelos, guardado de grandes tiempos a esta parte, como es costumbre de reyes. Todo lo cual vos y vuestros compañeros tendréis siempre que lo quisiereis; mientras tanto descansad, que vendréis cansados". Cortés le hizo una gran reverencia, y con alegre semblante, porque se le saltaban algunas lágrimas, le respondió que, confiado de su clemencia y bondad, había insistido en verle y hablarle, y que comprendía ser todo mentira y maldad lo que de él le habían dicho aquellos que le deseban mal, como también él veía por sus mismos ojos las burlas y consejas que de los españoles le contaron; y que tuviese por certísimo que el Emperador, Rey de España, era aquel su natural señor a quien esperaba, cabeza del mundo y mayorazgo del linaje y tierra de sus antepasados; y en lo que tocaba al tesoro, que se lo tenía en muy gran merced. Tras esto preguntó Moctezuma a Cortés si aquellos de las barbas eran todos vasallos o esclavos suyos, para tratar a cada uno como quien era. Él dijo que todos eran hermanos, amigos y compañeros, excepto algunos, que eran criados; y con tanto, se fue a Tecpan, que es un palacio, y allá se informó particularmente por los lenguas, cuáles eran o no caballeros, y según le informaron, así les envió el don: si era hidalgo y buen soldado, bueno y con mayordomo, y si no, y marinero, no tal y con lacayo.